Agroecología y Comercio Justo: la experiencia de ASOPECAM (Colombia)
Entrevista de Marco Coscione a Javier Rivera.
Javier Rivera, pequeño productor campesino, es el actual representante legal de la Asociación de Pequeños Caficultores del Corregimiento de La Marina (Tuluá, Colombia). A finales de enero de 2014 tuvimos la oportunidad de dialogar con él sobre la experiencia de ASOPECAM y la apuesta por la agroecología y el comercio justo.
Javier, para empezar háblanos de ti…
«Quiero empezar contándote que parte de mi vida la viví en la ciudad, pero después me di cuenta de lo importante que es vivir en el campo y tener la oportunidad de construir autonomía alimentaria. Con mi esposa y mis tres hijos ahora vivimos en la finca, producimos café, plátano, banano, yuca, frutas, hortalizas, tratando de garantizar una buena dieta alimentaria con lo que nosotros mismos consumimos. Desde el 2004 soy miembro de ASOPECAM, asociación fundada en 1993, pero constituida legalmente en 1996, que fomenta la agricultura agroecológica y la economía solidaria. Naturalmente fui bien recibido y, por tanto, empecé el proceso de transición hacia la agroecología. Dejé los químicos de una vez y poco a poco iba asimilando tanto la filosofía como los principios de la agroecología».
Un cambio personal que se transformó en un camino asociativo…
«Sí, de hecho, al entrar en la asociación me involucré fuertemente y solo un año después ya tenía un cargo en la junta directiva. Fui durante 3 periodos Presidente y Representante legal de ASOPECAM, pero al terminar el tercer periodo tomamos la decisión de separar los dos cargos, de manera que otro productor pudiera cubrir uno de los dos cargos y para el futuro favorecer la rotación. Así que actualmente llevo un año solo como representante legal y quizás en un año más también salga de la representación para volver a dedicarme mucho más a mis labores de campo. Los estatutos de la Asociación permiten que cualquier productor de la zona, que produzca un mínimo de 30 arrobas (750 libras) de café al año pueda asociarse, pero con el compromiso de transitar hacia la agroecología. En el momento en el cual entra a la asociación tiene que dejar todos los insumos externos de síntesis químicas y, poco a poco, aprender y poner en práctica los principios de la propuesta agroecológica. Porque finalmente agroecología no significa solamente dejar los químicos: hay que recuperar los suelos y desarrollar varias labores agrícolas naturales muy efectivas y labores culturales muy importantes. En ASOPECAM ya hemos demostrado que la propuesta agroecológica es viable tanto ambientalmente como económicamente».
Sabemos que muchos movimientos campesinos a nivel internacional le apuestan fuertemente a la Agroecología. La Vía Campesina, por ejemplo, la toma como una de sus banderas de lucha, junto con la Soberanía Alimentaria. ¿Por qué agroecología?
«En el Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (MAELA), del cual somos, se asume la agroecología como algo integral, no solamente ligada a la producción sino también con aspectos sociales y culturales como pueden ser la equidad de género, el relevo generacional, la inclusión, la economía solidaria y también con los procesos formativos y culturales. ¿Por qué agroecología? Porque es sinónimo de autonomía y sinónimo de vivir bien o buen vivir (Sumak Kawsay), un concepto muy andino que representa una opción de vida. La riqueza, desde la visión de la agroecología, no es el “tener” o “ser dueños de cosas y objetos”, sino poder vivir bien a través del acceso a una buena alimentación, a una buena educación que respeta los derechos de los campesinos, de nuestras comunidades, que respeta la cultura y que ve el progreso como un proceso endógeno y sostenible no como algo que se nos impone desde afuera, como lo estamos viendo ahora con las propuestas arrolladoras del modernismo tecnológico ilusorio y que, finalmente, te genera total dependencia».
La agroecología entonces como propuesta política, no partidaria, o sea como construcción de otra posibilidad de vivir la sociedad…
«Así es, porque finalmente la agroecología es recuperar todo lo que hemos perdido. Hace 60 años nuestros abuelos vivían muy bien y las familias eran más numerosas que ahora. La finca daba para que todos viviéramos bien. La diversificación te permitía consumir de todo sanamente, el café era solo un producto más de los que cultivábamos, pero no era lo principal. Luego llegó la propuesta de la Federación Nacional de Cafeteros que de alguna manera nos impone la idea del café como monocultivo y de las grandes oportunidades que íbamos a tener con ello. La penetración de esta política cafetera acabó con la soberanía alimentaria que teníamos, acabó con la diversificación, incluso con los guamos que siempre hemos tenido en estas tierras y que tanto abono natural nos proporcionaban. La propuesta de ASOPECAM es, por tanto, recuperar esa finca tradicional, una finca biodiversa, y mantener la lucha por conservar la cultura campesina, sus conocimientos y saberes locales que a veces, desde la academia, parece que no valen y no son importantes».
¿De qué manera llevan a cabo este proceso de recuperación de la cultura campesina y la formación en agroecología?
«Aquí en el Valle tenemos una Escuela Campesina de Agroecología (ECA). Nació en la vereda Alaska del municipio de Buga, zona muy violentada por los diferentes actores del conflicto armado, con el acompañamiento del antropólogo Guillermo Castaño, quien todavía nos apoya en el proceso de formación. En este proceso de formación se desarrollan nuevos “oficios”: tenemos el “aguador”, encargado del agua: por ejemplo, cuida que los nacimientos estén reforestados, que las cañadas estén protegidas y, en general, que las familias puedan tener acceso a una buena calidad de agua. Pero al mismo tiempo, es la persona encargada de estudiar toda la normatividad sobre el agua, sobre todo desde que el agua se convirtió en otro producto más del mercado, en un negocio. Después está el “pacho” o la “pacha”, que tiene la relación directa con la tierra, con la “pacha mama”, y es la persona encargada de garantizar que en el grupo de familias que participan en la escuela se desarrollen prácticas agroecológicas, se recuperen los suelos, haya buenas coberturas, se trabaje de manera preventiva el tema de la erosión, se preparen los abonos naturales y los biopreparados. Otro oficio muy importante es el del “custodio de semillas”, encargado de traer y llevar semillas para los intercambios, que organiza trueques de productos y, además, que tiene que estudiar las normativas relativas a las semillas en el país. El “chabarí” es como el amigo que integra a la gente para que se consolide el grupo; se encarga, por ejemplo, de que nunca falte la comida en los días de encuentro de la escuela. Después tenemos al “duende”, el que recoge la historia y la cultura de la comunidad. Si no conocemos nuestra historia seguiremos repitiendo los mismos errores. También está el “curioso”, una persona muy inquieta que tiene que investigar, analizar, hacer experimentos y lanzar propuestas para mejorar la producción y, por ejemplo ahora, para adaptarla a un clima tan cambiante. Finalmente el “yerbatero” que es la persona que conoce los métodos de curación tradicional a través de las hierbas y otros recursos que encontramos en nuestras tierras. Alrededor de los encuentros itinerantes en las fincas de los productores o en la sede de la Asociación reunimos a los integrantes de la escuela. La finca se vuelve un espacio de formación, donde aprendemos en comunión».
¿Cómo empieza el trabajo de ASOPECAM en comercio justo?
«En 1993, miembros de la cooperativa de caficultores Caficentro y del Comité de Caficultores del departamento llegaron a La Marina con la propuesta de Max Havelaar de Holanda, con la intención de formar a un nuevo grupo para integrarlo a los circuitos del comercio justo. Aquí en La Marina se formará el grupo inicial que, después de ese acercamiento, se constituirá formalmente ASOPECAM en 1996; un año después, en 1997 se firmó el convenio con Max Havelaar Holanda. Sin embargo, al comienzo la asociación era dirigida por personas del Comité de Cafeteros y directivos de Caficentro, que ejecutan decisiones tomadas fuera de la asociación».
Hay que decir que el concepto y las prácticas de comercio justo certificado Fairtrade llegan a Colombia de la mano de los directivos de Expocafé, la empresa exportadora que comercializa a nivel mundial el café de las cooperativas de caficultores de Colombia.
«Cuando yo entré en 2004 a la Asociación, ya se estaba dando un proceso de búsqueda de mayor autonomía. Los productores queríamos incidir en las políticas de ASOPECAM y ser los legítimos protagonistas de nuestra asociación, a pesar de que los dirigentes de Caficentro subestimaban la preparación y la visión común de los productores. La pelea se dio, fue dura, pero los productores decidimos emprender un camino autónomo».
¿Qué es para usted el comercio Justo?
«Por un lado, la posibilidad de poder tener acceso a mercados internacionales a mejores condiciones; pero por el otro, entendemos el comercio justo también como proceso político, y nosotros los pequeños productores estamos llamados a seguir defendiendo su esencia originaria, para que otros actores externos no se aprovechen del mismo. Nestlé, grandes plantaciones, solo para hacer algunos ejemplos de actores que crean competencia desleal y limitan el desarrollo de los más pequeños. Pero el comercio justo en su esencia es una oportunidad que tenemos para que se nos reconozca realmente el trabajo que llevamos a cabo y que se haga justicia en los términos de la comercialización de nuestros productos. Eso tenemos que defender».
Agroecología y comercio justo, al parecer dos propuestas políticas para el buen vivir de los pequeños productores. ¿Crees que deberían juntarse en un mismo camino?
«Creo que en América Latina y el Caribe, frente al modelo capitalista, es obligatorio construir alianzas entre movimientos sociales que construyen otros caminos. Esta necesidad es cada vez más fuerte. Ya se están dando alianzas regionales, como es el caso de la Alianza Continental por la Soberanía Alimentaria de los Pueblos de América Latina y el Caribe. Si seguimos cada uno por su lado, difícilmente le vamos a hacer frente a los poderes económicos globales que nos gobiernan. Ya está claro, por ejemplo, que los tratados de libre comercio son mecanismos funestos para los pequeños productores, acaban con nuestras economías locales, que si bien son pequeñas son muy importantes tanto a nivel comunitario como nacional y global. Recordemos que por lo menos un 70% de la alimentación mundial la garantizamos los pequeños productores».
Muchos defensores de la agroecología se oponen al comercio justo por su visión Norte-Sur, aún demasiado dominante en su interior. ¿Qué importancia tendría el trabajo del comercio justo campo-ciudad en el Sur para la convergencia con el movimiento agroecológico?
«Yo creo que el trabajo en lo local debería haber sido el comienzo de todo. Por ahí deberíamos haber empezado los productores de comercio justo. Y si bien desde los movimientos sociales a veces se critica el modelo del comercio justo, y su énfasis internacional, los productores tampoco hemos logrado construir ese otro camino a nivel local. Para eso hay que desarrollar mucha conciencia y, en nuestros países, aún falta la cultura de un consumo consciente, responsable y al mismo tiempo de calidad. Los productores estamos mucho más organizados que los consumidores y nos conocen más en el extranjero que en nuestras mismas comunidades. Si el camino del comercio justo campo-ciudad no lo construimos nosotros los pequeños productores, que ya protagonizamos los canales de comercio justo a nivel internacional y otras propuestas de economía solidaria en lo local, quizás lo hagan otros y quien sabe con qué lógica y enfoque lo harán. Hacer alianzas entre redes regionales es la estrategia que nos permitiría dar un salto de calidad en nuestro trabajo de incidencia, en la búsqueda hacia la soberanía y la autonomía».